miércoles, 16 de febrero de 2011

El réquiem por Berlusconi lo pronuncian las mujeres. Por Concita de Gregorio




¿Serán las mujeres las que toquen el réquiem de esta época tan gris y de su anciano Sultán? Yo creo que sí. En todos los tiempos y en todos los lugares del mundo, las mujeres han protagonizado las revoluciones, ruidosas o invisibles. En nuestro caso sería, además, una némesis. Al principio de todo, Silvio Berlusconi, vendedor de si mismo, entró en política directamente desde el mundo del comercio con una seguridad: las mujeres que ven mis televisiones me aman, me van a votar. Ha sido así: las mujeres han sido su público y su fuerza.




A partir de una época un poco posterior, no le alcanzó con ser amado, sino que quiso además amarlas. Como él mismo dice: muchas, y muchas a la vez, jovenes y adolescentes, un harem de chicas a quienes daba las gracias con un escaño en el parlamento europeo o nacional, un ministerio, un papel de protagonista en una película o un trabajo en la televisión pública. Como si todo fuera suyo, como si fuera normal. Comprar, pagar, disfrutar de la debilidad económica y cultural en la cual el país iba cayendo más y más cayendo en su propio interés. Da igual que fuera el interés de una sola noche.



A un país jorobado le cosió un traje de jorobado. No se le ocurrió nunca intentar mejorar la enfermedad social: dijo que eso era normal, que era "el sistema". Nunca se le ocurrió tampoco que el amor -palabra que quiso transformar en el surreal nombre de su partito politico- en la vida de cualquiera es gratuito. Lo compró, como compra todo, e insistió llamándolo lo que ya no era: amor. Durante mucho tiempo las palabras no tuvieron ya sentido, y en consecuencia, lo que pasaba tampoco parecía tener sentido.



Un día, sin embargo, miles y miles de mujeres respondieron a nuestra pregunta. ¿Dónde estáis, mujeres de Italia? ¿Estáis acaso esperando entrar en la villa del Sultán? Muchas de ellas habían permanecido en silencio durante todo este tiempo porque no podian hablar: tenían trabajo, mucho trabajo que hacer en un país donde los viejos y los niños son asunto de las mujeres. Tenían que ganar dinero (muy poco, las mujeres) para sobrevivir y cuidar a los padres y a los hijos a la vez. La vida real no es la que se ve en la televisión. No en la de Berlusconi, por lo menos. Las mujeres tampoco. Pero un día se dieron cuenta. Tuvieron la fuerza de decir "basta ya". Era el 13 de febrero, un domingo.



Dos días después otra mujer, una juez, decidió que debería ser procesado por los delitos de cohecho y prostitución de menores. Será juzgado por un tribunal de tres fiscales, tres mujeres también. No va a ser el juicio del tribunal, en todo caso, el que nos dirá si Berlusconi está al final de su carrera. Será el juicio de los italianos el que debe establecerlo. Y de las italianas. Puede ser que no sea manaña, que se necesite más tiempo. No vamos a taner prisa y lo vamos a conseguir. El viento está cambiando, todo el mundo lo huele: tiene el sabor del mar.



Concita de Gregorio es directora del diario L'Unità, y una de las promotoras de la protesta contra Berlusconi.








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