miércoles, 21 de abril de 2010

La cruzada nacional sobre el cuerpo de las mujeres en la dictadura franquista

DICTADURA

LOS INSTRUMENTOS DE REPRESIÓN ESPECÍFICOS DE GÉNERO

La cruzada nacional sobre el cuerpo de las mujeresLa represión franquista tuvo un componente específico de género: encontró en las vejaciones a las mujeres una vía perfecta de castigar a los vencidos.



De madres, monjas, putas y ‘machorras’

Carlota O’Neill, testimonio de la represión franquista





Joana García Grenzner (Redacción)Lunes 19 de abril de 2010. Número 124

En la represión franquista confluyeron la tradición ancestral de infligir la derrota al enemigo a través de “sus” mujeres y la doctrina acuñada en el XIX que concebía el cuerpo femenino como una anomalía que negar y medicalizar. La historiadora granadina Pura Sánchez, autora del libro Individuas de dudosa moral.



La represión en Andalucía (1936-58), explica que “tropas y tribunales franquistas (ilegales e ilegítimos), jueces militares y de primera instancia, comandantes de la Guardia Civil, falangistas, alcaldes y testigos eran un entramado represor bien engrasado”. Tras la victoria, “rapaban a las mujeres el pelo y las fotografiaban para humillarlas.



Violaciones, vejaciones, hambre, cárcel, trabajo esclavo, pérdida de la libertad y la identidad, enfermedades y encierros de por vida” buscaban “la docilidad de los espíritus”.



A otras, según el psiquiatra Enrique González-Duro, las “detenían, torturaban y retenían sin juez militar para encontrar a padres o esposos huidos”. No eran sindicalistas destacadas, sino “viudas, casadas, analfabetas, amas de casa que sostenían la economía familiar, o militantes de base de Mujeres Libres o Mujeres Antifascistas”. Encancelarlas condenaba a sus familias a la exclusión, castigo final del régimen a los vencidos.



Su condena no era por motivos políticos, sino morales: eran mujeres “malas, de dudosa moral, saqueadoras, guarras, desafectas”.



El control sobre sus cuerpos era tal que sólo dejaban a las madres presas ver a sus bebés para amamantarlos, a fin de evitar el contagio del “virus marxista”. A las lesbianas, innombrables en un régimen que negaba el deseo femenino, se las tildaba de “viciosas” y se las encarcelaba por la supuesta pulsión delincuencial que se les atribuía en calidad de ‘no-mujeres’.



El Patronato de Protección a la Mujer, creado en 1952, tenía un discurso “aún más perverso”, según Sánchez: “reformaba” a prostitutas o mujeres a las que llamaban “imbéciles” pese a no tener problemas mentales. Y la amenaza se extendía a todas: el Código Penal de 1944 acuñó delitos específicamente femeninos que sancionaban el uso autónomo de sus cuerpos: adulterio, infanticidio (aborto) y prostitución al margen del control estatal, vigentes hasta los años ‘80.



Las historias y demandas de las represaliadas emergen sin grandes reconocimientos públicos. Según Sánchez, ellas mismas “silenciaron la represión por miedo al estigma hacia su familia y el varón”. Algunas incluso se casaron con falangistas para lograr respeto. En marzo, la Consejería de Justicia de Andalucía emitió un decreto de reparación para las cien mujeres que sufrieron tales vejaciones en la zona. Sánchez cree que ni a la clase política ni a los jueces (algunos de los cuales siguen en activo) les interesa hablar de la memoria: “Y no se ha entendido que la represión franquista tuvo un componente específico de género”.

 
Fuente: Periódico Diagonal
 
 
 
 
 
 
 

miércoles, 14 de abril de 2010

Entrevista a Concha Carretero, miembra de la JSU y presa de Franco.




OJOS DE GUERRA




A la memoria de aquellas mujeres que han luchado

por los que hoy vivimos en libertad.



Abrazar a Concha Carretero produce la misma sensación que dar un salto en el tiempo. Son 83 años y cada una de sus palabras es un paso atrás en la historia de España, esa que algunos cuantos han preferido enterrar junto a las víctimas de la barbarie de la Guerra Civil.

Concha es madrileña, valiente y tiene en los ojos una fuerza tan poderosa que incluso llega a asustar. El hecho de estar afiliada a la Juventud Socialista Unificada (JSU) le llevó a presenciar y a vivir en primera persona muchas de las torturas de la dictadura franquista. Compartió prisión con las “Trece Rosas”, aquellas muchachas, algunas menores de edad, que purgaron con su propia vida durante el Régimen franquista la muerte del comandante Gabaldón a manos de unos encapuchados vestidos de militar; con su ejecución en el paredón, Franco creyó “dar ejemplo” e infringir un castigo ejemplar ante el asesinato, y ya de paso se aseguró el acabar con el intento de reunificar el partido en la clandestinidad. Sin embargo, Concha tuvo más suerte, igual que nosotras al conocerla a ella, porque su presencia es la memoria viva de todo aquello que jamás debió ocurrir, como ella misma afirma con sus tristes ojos de guerra.



¿Desde qué momento de su vida tiene usted conciencia política?

Los años previos a la guerra yo trabajaba como asistenta en algunas casas de Madrid, y aunque era muy joven fue ahí cuando empecé a ser consciente de la situación social de España, y de las desigualdades que había entre ricos y pobres.



¿Y de dónde le venía a usted esta vena tan comprometida?

Bueno, te diré que yo nací en Barcelona por motivos políticos también. Y es que a mi padre, que era anarquista, le asociaban con el atentado que sufrió Alfonso XIII durante su boda, así que tuvimos que huir y en esa huida mi madre se puso de parto, así que en el camino nací yo.



¿Así que en su casa el compromiso político era algo de familia?

Sí, recuerdo que mi hermano Pepe había fundado una asociación cultural que llamábamos “Salud y Cultura”. En ella organizábamos actos sociales y culturales, como bailes, obras de teatro, rondallas… y en cuanto teníamos oportunidad organizábamos de “camuflaje” mítines relámpago. Allí preparábamos a la gente con charlas políticas. De hecho mis dos hermanos, Pepe y Luís, también fueron detenidos posteriormente; Pepe estaba dirigiendo las guerrillas de Ponferrada y Luís estaba en el Socorro Rojo ayudando a las familias.



¿Es en ese momento cuando decide afiliarse a la JSU?

Antes milité en las MAOC (Milicias Antifascistas Obreras y Campesinas). Cuando tenía 14 años y venía de un baile, el que posteriormente sería mi novio, me acompañó a casa, nos quedamos conversando acerca de cómo estaban las cosas en España a nivel social y de cuál era la manera de solucionar lo que estaba sucediendo. Ese día él me contó que pertenecía a las MAOC, me explico también de qué manera se preocupaban por todo lo que estaba ocurriendo y cómo acabar con esas injusticias y desigualdades sociales. Me pareció buena idea y le pregunté si podría afiliarme y él me dijo que sí y así lo hice. Empecé vendiendo el periódico y pegando pasquines. Después de esto pasaría a ser Juventud Comunista (JC) que se unificarían con las Juventudes Socialistas formando la gran gloriosa JSU en la que acabé militando.



¿Cuál era su trabajo dentro de las JSU?

Pasé por varios puestos. Estaba al frente de un taller de tejedoras en la Calle Santa Engracia esquina con Río Rosas justo en donde estaba el Convento de las Pastoras, que fue incautado. Se quedaron 4 monjas dentro, que nos ayudaban y que al final acabamos cuidando. Allí se hacían camisas, chaquetas y pantalones para el frente. A mí me encargaron la sección de jerséis. A mis 18 años junté a 100 mujeres y fabricábamos hasta 50 piezas al día. El caso es que los talleres de las distintas áreas de Madrid se centralizaron en el Sindicato de la aguja y dejé esa labor.



¿Y entonces a qué se dedicó?

Pues cuando sucedió esto me fui a ver al secretario general del Sector Norte, Aquilino Calvo - padre de Marcelino “pan y vino” y posteriormente padrino de mi hija- y me mandó a dirigir los “Pioneros de Madrid y la provincia”, que eran niños que reclutábamos con la idea de tenerlos recogidos mientras que sus padres luchaban en el frente. Nosotros les dábamos clases de cultura general, con profesores, cultura física, con monitores…y así seguían adelante mientras los suyos estaban en la guerra.

En el antiguo Campo de Chamartín, el actual Santiago Bernabeu, organizamos con ellos un desfile el 7 de Noviembre del 38. Eran 1000 niños que reclutamos, vestidos por Carmen Cerviño Patoriza, que por cierto, era gallega, Adela Sánchez Rupeli y yo, que dirigíamos los Pioneros, de hecho nos llamaban “el trío pioneril”. Adela era secretaria general. Carmen era de “Organización” y yo de “Agitación y Propaganda”. Recuerdo este desfile con mucho cariño y mucha ilusión porque estuvimos trabajando 15 días cosiendo día y noche para el evento. Las altas jerarquías aplaudían al verlos desfilar…aquellos niños representaban a los hombres del mañana.



¿Era entonces asalariada del partido?

Hasta aquel momento no, nunca había pedido ni una peseta, pero en ese año mi hermano, que volvió del frente, decidió casarse con su novia, así que fui a ver al secretario general Felipe Muñoz Arconada y le dije que quería trabajar, él me miró asombrado y me dijo: ¡¿Más?¡, entonces yo le dije que lo que quería era trabajar cobrando por mi situación familiar. Así que me mandó a la “Fábrica de material de guerra y de experiencias industriales” junto con mis tres amigas. Allí, en la fábrica, también estaba Aurora Bautista, la que hoy es artista y ella y yo éramos las dos estajanovistas, las que más producíamos. Desde ese momento empezábamos a ganar y a vivir, hasta que llega el año 39 en donde todo empezó. El 5 de marzo del 39 mi hermano salió de casa para ir a la Brigada porque era comisario político y al entrar le detienen. Ese fue el último día que mi madre, mi cuñada, mi hermano Luís y yo estuvimos juntos.



¿Recuerda el día que la detuvieron a usted?

Nos detuvieron durante la Sublevación de Casado, cuando íbamos a coger los ficheros de las Juventudes al Comité Provincial, que estaba en la Calle Núñez de Balboa. Llegamos allí y cogimos las fichas para buscar un sitio donde quemarlas pero a la salida ya nos cogieron y nos llevaron a la a calle Serrano 9, de allí a los Salesianos de Atocha y de allí a la cárcel de Ventas. La noche antes entrar Franco nos soltaron y estuvimos un tiempo quietas, pero pronto empezamos a intentar reorganizar las Juventudes. En ese tiempo durante una reunión clandestina nos cogieron de nuevo en la Plaza del Ángel y nos llevaron ya a la Carrera de San Jerónimo. Allí comenzaron las torturas…



¿Cómo recuerda todo aquello?

Fue horrible, a mi me pegaron mucho y cuando no me pegaban me mandaban limpiar la sangre de mis compañeros que tenían la cabeza partida, y aquella sangre… no salía. Carmen Cerviño, una de mis amigas, me contó que yo misma pasé 24 horas inconsciente sobre una mesa de mármol de todo lo que me había pegado. A mi hermano, Pepe, el mayor, le tuvieron colgado en las dependencias de Alcalá de Henares, atado y con un palo en el recto. Humillaciones y vejaciones indescriptibles que yo nunca llegué a contarle a mi madre para que no sufriera, aunque ella recogió mis ropas ensangrentadas que conservó muchos años porque ella decía que aquellas, en algunos años, serían la prueba de tanta barbarie. Un día le pedí que las tirase porque era verlas y ponerme enferma recordando todo lo vivido.



¿Cuál fue el momento más duro en aquellos días?

Un día que me encerraron en los calabozos desnuda, hacía ejercicio para no pasar frío…¿tienes frío? –me dijeron-, yo respondía que un poco entonces me gritaron: “Pues no te preocupes que ahora te lo quitamos”. Me metieron sin ropa en un coche y yo vi que pasábamos la calle Manuel Becerra, Ventas para arriba y dirección al actual cementerio de la Almudena, me temía lo peor. Me bajaron delante de las tapias, en donde se ejecutaba a los condenados y me dijeron señalando con una luz los agujeros de las balas: “¿Sabes qué es esto?... los agujeros de las balas que han matado a tus camarada … y ¿sabes qué? Que las siguientes serán las tuyas”. Aun así yo me negué a traicionar a mis camaradas, en aquel momento solo pensaba en mi madre y en el disgusto que se llevaría, afortunadamente sólo fueron amenazas y me volvieron a llevar a prisión.



Su sentencia le llegó teniendo a su hija en brazos ¿cómo fue eso?

Esta es una historia muy bonita pero muy dura, a mi me leyeron los cargos en los Juzgados de Masonería y Comunismo en la Calle del Prado 6, me leyeron pena de muerte, era a principios del año 44 y mi hija Diana ya había nacido, concretamente el 10 de marzo del año 43. Yo iba cada 8 días a presentarme al Cuartel de la Guardia Civil del Hipódromo porque estaba en una especie de arresto, cada vez que nos presentábamos nos pegaban, en una ocasión me rompieron una ceja, aunque yo prefería que me pegaran porque el comandante Pascual era un sádico, yo vi allí cosas que no había visto nunca, barbaridades que hacían sufrir mucho. El caso es que el 6 de Marzo del 44, nos presentamos ante el juez para que nos leyera la resolución final de nuestra condena, estábamos todos en el banquillo, mi hija estaba empezando a hablar y a andar y balbuceando sus primeras palabras nos iba dando besos a todos los que estábamos sentados en el banquillo… la gente no hacía más que decir: “¡Qué lastima de niña!”... y ese día el fiscal nos leyó a todos pena de muerte. Yo me abracé a mi niña, porque aquellos eran los minutos previos a entrar en prisión y creía que no volvería a verla, el caso es que estábamos en un cuartito, mi hermano de pie en la puerta con comida para que yo me llevase a la prisión y para recoger a mi niña, y entró el conserje y dijo: “¡Concha Carretero!”... pero mira hasta que punto llegaba su maldad que en vez de decir “¡Concha Carretero: absuelta!”, esperaron tiempo, esos minutos fueron interminables, los más largos de mi vida, porque el hacerme separar de mi hija para siempre me dolía más que todas las palizas que me habían propinado. En el momento en que oí la palabra “absuelta”, me fallaban las piernas, los brazos se me aflojaban… en ese momento le pregunté: “¿Y los demás compañeros míos?”, porque te digo sinceramente que de corazón si a mi me dicen que ellos siguen con pena de muerte yo no acepto mi absolución… el caso es que me leyó las condenas de cárcel para mis compañeros y entonces sí me quedé más tranquila.



¿Por qué cree que la indultaron?

No sé, yo creo que fue el impacto que causó en el juez la ternura de mi hija, besándonos a todos durante la lectura de las condenas mientras la gente se lamentaba porque yo fuera a morir dejando una niña tan pequeña, creo que eso hizo mella en él.




¿Y cómo se sigue la vida después de esto?

No fue fácil, mi madre pedía limosna porque sus tres hijos estaban en la cárcel y la habían echado de la casa donde vivía porque la gente entonces tenía mucho miedo, porque si te iban a buscar y no te encontraban llevaban a todo el que se les ponía por delante.

El caso es que al salir tuve que luchar por mi madre, mi hija y mis dos hermanos, pero Luís, el pequeño, cuando salió de la cárcel tenía tuberculosis, murió muy joven y Pepe murió en el año 80, tenía el hígado enfermo por las palizas que le dieron en la cárcel.



¿Acabó su sufrimiento con el indulto?

La verdad es que no, en este sentido ni mi familia ni yo hemos podido descansar hasta que Franco murió, porque después de todo aquello, cada poco entraban en casa y registraban todo, levantaban colchones y desbarataban todo cuanto teníamos, es más, en los últimos tiempos detuvieron a Jaime, uno de mis hijos con propaganda. Tal vez por este motivo hay muchas cosas de estos tiempos que no conté a nadie, es más sobre muchas de las cosas que ahora cuento, mis hijos se sorprenden y me dicen: ¡Pero mamá esto no lo sabíamos!, y es que en cierta manera trataba de protegerles con mi silencio y alejarles de todo el sufrimiento que yo estaba pasando, porque como siempre estábamos en el punto de mira, no quería que por conocer muchas cosas ellos corrieran peligro. Ahora todo esto me lo pagan con creces porque no me falta de nada con ellos, me cuidan y están pendientes de mi a todas horas. Me quieren mucho.



¿Merece la pena entonces recordar tanto sufrimiento?

De eso se trata, yo cuento todo esto ahora para que nada de lo sucedido se olvide, para que la gente se prepare y sepa que hay mucho por lo que luchar y sobre todo para que algo así no vuelva a suceder y nadie tenga que pasar por lo que nosotros pasamos.

Yo maldigo la guerra, pero no solo esta, maldigo todas las guerra, cuando enciendo la tele y veo todas las que están teniendo lugar en el mundo tengo que apagarla porque no puedo verlo… y cuando veo imágenes de Franco lloro, lloro de rabia…



¿Queda entonces rencor?

Ninguno, lo pasado, pasado está, no hay que guardar rencor.



¿Cree usted que hemos perdido tiempo de contar todas estas cosas que sucedieron?

La verdad es que siempre hubo mucho miedo porque por la calle nos seguían y si te encontrabas a un compañero y sabías que alguien te seguía ya le hacías un guiño con el ojo o algún gesto para que pasasen de largo sin ser descubiertos. Eso sí, desde que comenzó la transición hasta hoy se ha perdido a muchas personas que tenían múltiples cosas que contar y que se han ido sin que nadie les escuchara. Ahora ya quedamos pocos y con los años algunos hemos ido perdiendo memoria y otros lucidez.



¿Cómo ve a las mujeres de hoy en día?

Tenéis mucha suerte, os quedan muchas cosas que conseguir y tenéis la suerte de tener otra vida, más libertad. Yo fui madre soltera y me fui a vivir con mi novio sin estar casada, ahora eso es algo corriente porque hay más libertad. También es cierto que ahora se vive con más comodidad y eso hace que no se sienta la necesidad de hacer frente común por otras causas, pero vivís un momento muy bueno y deberíais aprovecharlo para luchar por conseguir cosas.



¿Qué nos queda por conseguir?

Mucho, queda por conseguir ese mundo mejor por el que hemos sufrido y luchado tanto, queda por conseguir la paz del mundo entero, que no haya guerras, ni hambre y que todos los trabajadores sean iguales, que no haya diferencia de clases…



Es usted una comunista de los pies a la cabeza ¿la Joven Guardia hasta el final?

De los pies a la cabeza, si me dejan, moriré cantando la Joven Guardia (Concha tararea el Himno de las JSU): “Somos la joven guardia que va forjando el porvenir…”

Yo no moriré sentada en un sofá, Moriré de pie, con las botas puestas y el puño levantado para que los venideros lo recojan.





Cristina Corral Soilán




Fuente: Foeminas. Revista Virtual de Xénero








La Segunda República



El 18 de julio pasado se conmemoró el 70 aniversario del levantamiento de Franco que dio inicio al desarrollo de la Guerra Civil Española. Por este motivo, Foeminas desea recordar y recuperar, no una, sino varias de esas historias individuales de mujeres que hicieron posible la historia de una mujer simbólica representada por la Segunda República Española.

De esta manera, Foeminas desea rescatar del olvido, la censura o la ignorancia esas valiosas vidas de mujeres que dieron forma y sustancia a la gran historia.



Una mujer, un voto



El nacimiento de la Segunda República en 1931 sirvió para reunir y materializar todas las demandas y el reconocimiento político del cual las mujeres carecían hasta ese entonces. Puede afirmarse, entonces, que a lo largo de la Segunda República la mujer alcanzó una presencia en la vida social y política desconocidas hasta el momento.

Por ese motivo, esta experiencia democrática y plural, luego cercenada y destrozada por el franquismo, operó en dos sentidos como causa y consecuencia de las propias transformaciones culturales e históricas.

Desde este punto de vista, fueron innumerables los logros que las mujeres supieron instaurar en aquel gobierno, aunque en determinados casos las conquistas fueron producto de enormes batallas al interior de la propia democracia. Entre las más importantes, cabe destacar, el reconocimiento de los derechos de la mujer en cuanto al voto y a ser elegidas para cualquier cargo público, obtenido a partir de la Constitución de 1931.

Indudablemente, a Clara Campoamor debe ser otorgado todo el mérito en cuanto a la implementación del voto femenino. Ella demostró que el voto era un derecho que todas las mujeres tenían y enfrentó intensos debates en los que, por motivos varios, resultó maltratada, incluso hasta por sus propios pares en el parlamento. Extrañamente, Clara Campoamor encontró gran oposición a su postura a favor del sufragio de la mujer principalmente en figuras femeninas como: Victoria Kent y Margarita Nelken. Ambas parecían más atentas a responder a la política aplicada por su partido que a reconocer una ley en favor de las mujeres. Victoria Kent y Margarita Nelken argumentaban que dada la vinculación y, fundamentalmente, el sometimiento que experimentaban las mujeres hacia sus maridos y hacia la institución eclesiástica, éstas beneficiarían, inexorablemente, a la derecha.

"Como Margarita Nelken observó en los años veinte: 'es indudable que, de intervenir nuestras mujeres en nuestra vida política, ésta se inclinaría enseguida hacia el espíritu reaccionario, ya que aquí la mujer, en su inmensa mayoría, es, antes que cristiana, y hasta antes que religiosa, discípula sumisa de su confesor, que es no lo olvidemos, su director'" .

Sin lugar a dudas, estos argumentos eran una cruda realidad que para Clara Campoamor representaban un desafío a superar y no una limitación para otorgar un derecho. Por ello, Clara lejos de aceptar pasivamente este evidente sometimiento con los desequilibrios que conlleva, defenderá con uñas y dientes su posición que contribuirá, indudablemente, en un futuro a legitimar la autodeterminación y el derecho a la libre elección de las mujeres.

"El pecado mortal" de Clara Campoamor fue apostar a la defensa del ejercicio soberano de las mujeres materializado, en este caso, en el sufragio femenino.

Paradójicamente, el sacrificio y la resignación de Clara Campoamor tuvieron mayores y mejores recompensas en el largo plazo que el de sus pares Victoria Kent y Margarita Nelken. Ambas diputadas a pesar de anteponer la continuidad de la República por encima de los derechos de las mujeres fueron también discriminadas por su condición femenina. Por el contrario, Clara Campoamor pasó a la historia como aquella mujer, que si bien fue maltratada y humillada, luchó y logró el beneficio tan deseado para todas.





La República Libertaria



La industrialización incipiente articuló nuevas formas de trabajo femenino, pero ahora fuera del hogar. Esto contribuyó a que muchas mujeres se sumaran a organizaciones sindicales y obreras. De esta manera, la doble explotación hacia las mujeres se haría evidente y pronto surgirían las reivindicaciones de todo tipo.

De esta manera, en 1932 se aprueban la Ley de Matrimonio Civil y la Ley del Divorcio, con una marcada oposición de la iglesia. Cabe mencionar, que ambas leyes fueron las más progresistas de Europa de la época, ya que reconocía el divorcio por mútuo acuerdo y el derecho de la mujer a tener la patria potestad de sus hijos e hijas.

Clara Campoamor fue un gran valuarte en esta lucha, ya que se comprometió con la Ley del Divorcio tomando una presencia activa tanto en los debates parlamentarios como en la práctica jurídica. De esta manera, como mujer de leyes que fue, se hizo cargo de dos resonados casos: el divorcio de la escritora Concha Espina de su marido el renombrado Ramón Gómez de la Serna y el de Josefina Blanco, esposa del gran escritor Ramón María del Valle-Inclán.

En el año 1936 el Gobierno de la Generalitat de Catalunya despenalizó y legalizó el aborto. Una conquista que pudo darse en una de las zonas más industrialmente avanzadas y donde las mujeres ya estaban formando parte de la toma de decisiones.

Un año atrás, en el año 1935 se había decretado la abolición de la prostitución reglamentada, ya que hasta ese momento el cuerpo de la mujer era considerado legalmente como una mercancía.

Precisamente una de las precursoras de estas acciones en favor de la mujer fue Federica Montseny, quien entre los meses de noviembre de 1936 y mayo de 1937, se hizo cargo del Ministerio de Sanidad y Asistencia Social durante el gobierno del socialista Francisco Largo Caballero. Una de los máximos aportes que Federica Montseny ha realizado al gobierno de la Segunda República y a las luchas reivindicativas feministas fue haber promulgado desde su Ministerio la ley del aborto y la creación de unos centros más importantes de atención a las mujeres prostituidas, donde se las insertaba socialmente a partir de una vivienda y la enseñanza de un oficio.

Federica Montseny fue una gran ideóloga y activista de las reivindicaciones feministas, aunque ella siempre renegó del feminismo. Esta posición, que parece al menos contradictoria, responde a sus ideales de universalidad libertaria que le impedían reconocer diferencias entre hombres y mujeres. Sin bien, Federica Montseny era consciente y al mismo tiempo hacía explícita su disconformidad por el lugar negado a la mujer en la política y en la historia.

Por otra parte, y a raíz de la incorporación sindical y política de muchas mujeres en los años previos a la república, surgieron diversos grupos integrados por mujeres. Uno de los grupos más activos fue el de Mujeres Libres creado en abril de 1936 y vinculado al Movimiento Libertario. Este grupo y la revista que llevaba el mismo nombre había sido creado por Lucía Sánchez Saornil, Mercedes Comaposada y Amparo Poch Gascón. Mujeres Libres tenía entre sus objetivos fundamentales la liberación de la mujer y su integración plena en todos los campos de la actividad económica, social y política. Se desenvolvía en el seno de la Central Nacional de Trabajadores (CNT), pero a raíz de las divergencias en la propia Central obrera con relación a la situación de la mujer, sus posturas quedaron deslegitimadas y muchas de sus acciones no pudieron llevarse adelante. Sin embargo, fue notable la labor de estas mujeres durante el transcurso de la guerra y muchas de ellas fueron encarceladas o enviadas al exilio.





La vida en rojo



Con las mismas reivindicaciones y con el mismo espíritu de lucha se delineo la figura de Dolores Ibárruri. La Pasionaria, como la habían bautizado a partir de un texto político firmado con ese mismo nombre, había nacido en 1895 en Gallarta, Vizcaya, en el seno de una familia pobre y numerosa. El contexto que rodea sus ideas es la proliferación de las industrias textiles, siderúrgicas y mineras. Especialmente el centro minero de Gallarta, donde van tomando fuerza los movimientos obreros y las luchas sociales.

"Esta hija de mineros carlistas, frustrada maestra de escuela, casi muchacha de servicio, casada con un minero del PSOE que sería uno de los fundadores de base del PCE, representa el prodigio histórico-social de la aparición de los intelectuales orgánicos de la base obrera un siglo después de las primeras escaramuzas de la revolución industrial" .

Isidora Ibárruri Gómez (verdadero nombre de la Pasionaria) fue desde muy temprana edad empleada por sus padres en una casa para hacer tareas domésticas. Es ahí, donde comenzó a comprender las injusticias que padecían los/las trabajadores/as.

Dolores Ibárruri es otro de los casos paradigmáticos de la historia de la República, ya que llegó a ser una mujer de notable "visibilidad" no sólo a nivel estatal, sino internacional, pero jamás se identificó con las posiciones feministas.

Su afiliación al Partido Comunista en 1919 y su posterior nombramiento como secretaria de la sección femenina del partido contribuyeron, como en el caso de Federica Montseny, a anteponer la voluntad o los ideales del partido por encima de cualquier reivindicación de género, al menos en cuanto a lo discursivo.

"Dolores representaba no sólo ese odioso ruido de los proletarios capaces de juzgar la realidad y la historia, sino, además, la no menos odiosa transgresión de la mujer opuesta al prototipo reaccionario femenino y que Franco idealizó en la figura de su propia madre, aquella sufridora doña Pilar, una buena mujer sin duda, que supo asumir con resignación cristiana las veleidades masónicas y faldilleras de su marido" .

Indudablemente, La Pasionaria construye una imagen de mujer fuerte, decidida y con voz propia y esta militancia la conduce a ser encarcelada en varias oportunidades. Poco tiempo después se destaca en las Cortes Constituyentes de la República Española, como diputada del Partido Comunista por Asturias.

Durante la Guerra Civil Española, su actividad fue clave, ya que realizaba continuas declaraciones públicas, redactaba discursos y se desplazaba al frente. Fue aquí en este momento, donde se hizo célebre su frase "Antes morir de pie que vivir de rodillas" o "No pasarán".

Con la derrota de la República Dolores Ibárruri se exilia en la Unión Soviética y contribuye a dar asilo político a muchos republicanos y republicanas.

Dolores Ibárruri compartió algo más que la filiación política con Margarita Nelken: las dos tuvieron que exiliarse tras la derrota republicana; Margarita Nelken en México y Dolores en la URSS, y ambas sufrieron la pérdida de sus hijos muertos en la Segunda Guerra Mundial cuando enfrentaban al fascismo.

"Todos los líderes mundiales que conocieron a Dolores contribuyeron a la construcción del mito y a que la palabra Pasionaria se incorporara al vocabulario universal como sinónimo de mujer que lucha por la emancipación" .





Donde sobra corazón…



El discurso popular e igualitario de la revolución, fundamentalmente en los primeros momentos de la sublevación, contribuyó a que muchas mujeres se alistaran en batallones y cuerpos de milicia.

Sin embargo, dentro de las propias fuerzas revolucionarias y antifascistas existían notables discrepancias al respecto, por ejemplo, el Partido Comunista (PCE) se opuso tajantemente a que la mujer luchase en el frente, argumentando que el papel de la mujer en la guerra estaba limitado a las tareas de la retaguardia, haciendo trabajos de cocina, lavandería, enfermería, confección de indumentaria, etc.

La postura del POUM (Partido obrero de unificación marxista, creado en 1935) era distinta. El Secretariado Femenino del POUM no defendía una organización de mujeres aparte y abogaba por un Frente Revolucionario de Mujeres. Su principal objetivo era atraer a las mujeres al partido y plantear la lucha de las mujeres unida a la de los trabajadores, como la única forma de derrocar al sistema y hacer triunfar la revolución. Por eso reclutaron mujeres no sólo para tareas de enfermería como fue la creación del Socorro Rojo (organización sanitaria ideada por el POUM para brindar asistencia en el frente de batalla) sino como milicianas para lo cual realizaban una enseñanza de entrenamiento militar.

Alrededor de esta constante y ascendente actividad de mujeres en la política y en lo laboral se crearon diversas asociaciones de mujeres. Una de ellas fue la Unión de Muchachas, formada en 1937 por jóvenes de las Juventudes Socialistas Unificadas de Madrid, la de las Mujeres Libres, creada en el mismo año, pero por mujeres de tendencia anarquista y la de las Asociación de Mujeres Antifascistas (AMA) de gran protagonismo. Las mujeres de la AMA también formaron parte de la Comisión de Auxilio Femenino, que formaba parte del Ministerio de Defensa Nacional y estaba integrada por reconocidas mujeres como Dolores Ibárruri, Victoria Kent y Encarnación Fuyola, etc.

La presencia de las mujeres en la guerra estuvo también marcada por la solidaridad internacional. El primer ejemplo de renombre es el de Simone Weil quien dos semanas después de haber estallado la Guerra Civil Española, y pese a su público y marcado rechazo en cuanto al uso de la violencia, se alistó en Barcelona en un comando de anarquistas extranjeros ligado a las columnas de Buenaventura Durruti.

En otra medida, pero con el mismo compromiso, se hizo notar la presencia discursiva de Virginia Woolf, quien además perdió a su sobrino enrolado en las Brigadas Internaciones. Virginia Woolf en su brillante ensayo Tres Guineas publicado en 1938, expone su dolor e impotencia ante la guerra al mismo tiempo que deja entrever su solidaridad hacia el bando republicano. No obstante, en el mismo ensayo reflexiona acerca de la experiencia de la guerra como una voluntad eminentemente masculina.

En octubre de 1936 un decreto de Largo Caballero, Ministro de Guerra en el gobierno del Frente Popular, apoyado por el PCE, y más tarde por los anarquistas, estableció la prohibición de la presencia de las mujeres en el frente de batalla y estimó que su labor se limitase a realizar las tareas domésticas dentro de los batallones. Esto produjo una profunda decepción entre muchas mujeres, precisamente, en las que iban al frente reivindicando la igualdad, y veían de nuevo que se las relegaba para las tareas domésticas propias de los estereotipos reaccionarios. Sin embargo, muchas mujeres no aceptaron esta retirada o retroceso y continuaron luchando, a pesar de tenerlo prohibido. Entres ellas figuran algunos nombres conocidos como Lina Odena, Aida Lafuente, Juanita Rico, Manolita del Arco o Rosario Sánchez Mora "la dinamitera " y otros que continúan y continuarán en el anonimato a la espera de una, más que merecida, investigación y reconocimiento histórico.





Las trece rosas



Paradójicamente, la restricción hacia las mujeres de permanecer en el frente de batalla no mitigó el espíritu combativo de muchas de ellas. En este punto se encuadran los asesinatos de Las trece rosas, crímenes que se los identifica como uno de los episodios más crueles de la represión franquista. El 5 de agosto de 1939, trece mujeres, la mitad de ellas eran menores de edad, fueron ejecutadas por el sólo hecho de haber participado de las asociaciones de mujeres o haber pertenecido a los partidos políticos republicanos.

Con la pérdida de Madrid en manos de los Nacionales comenzó la gran represión y esta se cobró la vida de Ana López Gallego, Victoria Muñoz García, Martina Barroso García, Virtudes González García, Luisa Rodríguez de la Fuente, Elena Gil Olaya, Dionisia Manzanero Sala, Joaquina López Laffite, Carmen Barrero Aguado, Pilar Bueno Ibáñez, Blanca Brisac Vázquez, Adelina García Casillas y Julia Conesa.

Esta última había declarado como brutal premonición hacia ella misma y hacia el resto de sus compañeras: "que mi nombre no se borre de la Historia".





Las exiliadas



Luego de la derrota de la República, muchas mujeres, las que no fueron fusiladas o encarceladas, sufrieron el exilio. El exilio en numerosas ocasiones lejos de desmotivarlas provocó en ellas un espíritu de lucha ligado a la resistencia.

Hay exilios que recorrieron el mundo como el de María Zambrano, que a su vez impartió conferencias en Cuba, México, París y Roma, llevando su filosofía y difundiendo su conocimiento a todo aquel o aquella que quisiera tomarlo.

Otros exilios estuvieron marcados por el drama de sus hijos o hijas como: el de Ana Ruiz Hernández que acompañó a su hijo Antonio Machado al exilio o Vicenta Lorca Romero madre de Federico García Lorca.

Muchas de las exiliadas intentaron continuar con sus pasiones y seguir trabajando desde sus oficios, entre las políticas figuran: Dolores Ibárruri (URSS), Clara Campoamor (Francia, Argentina y Suiza), Victoria Kent (EE.UU), Federica Montseny (Francia), Margarita Nelken (México) y entre las artistas: María Teresa León (Argentina), Maruja Mallo (Chile, Argentina, Uruguay), Remedios Varo (México) y muchas otras.

Sin lugar a dudas, éste no es ni el mejor, ni el más deseado de los finales para esta gran historia, simplemente el verdadero y el que conocemos. De la misma manera que la vuelta a empezar que produce el exilio, de esa misma manera, vuelven a empezar estas historias, que ya pertenecen, indefectiblemente, a quienes las leen, las vuelven a contar y las quieren seguir leyendo.





Micaela Fernández Darriba



1) Shirley Mangini, Recuerdos de la resistencia, La voz de las mujeres de la guerra civil española, Península, Barcelona, 1997, página 34.



2)Manuel Vázquez Montalbán en Pasionaria y los mil enanitos, nota publicada por El País, el 10/12/1995.



3)Manuel Vázquez Montalbán en Pasionaria y los mil enanitos, nota publicada por El País, el 10/12/1995.



4) Manuel Vázquez Montalbán en Pasionaria y los mil enanitos, nota publicada por El País, el 10/12/1995.



5) Rosario Sánchez Mora también llamada "dinamitera" fue mutilada en su mano derecha a los 17 años de edad y luego fue inmortalizada por Miguel Hernández en su poema Rosario, dinamitera.


Fuente: Foeminas. Revista Virtual de Xénero








La República y las mujeres: pocos años, grandes avances

Viernes 28 de abril de 2006, por Maite Mola






Artículo cedido expresamente por la autora para Ciudad de Mujeres



El primer tercio del siglo XX es sin duda el momento en el que por primera vez en la historia de España las mujeres se incorporan de forma masiva al trabajo remunerado, colaborando así al inexorable proceso de modernización de la economía española. A partir de los años veinte, el feminismo español comenzó a añadir demandas políticas a las reivindicaciones sociales. En 1918 en Madrid se crea la Asociación Nacional de Mujeres Españolas (ANME), formada por mujeres de clase media, maestras, escritoras, y universitarias que planteaban ya claramente la demanda del sufragio femenino. Comienzan a participar en la enseñanza superior, en la creación de la ciencia, en la cultura, en la vida política y en profesiones hasta entonces vedadas a su sexo: arquitectas, ingenieras, aviadoras, periodistas. Aun así, conviene destacar que en el censo de 1930, se registraba que el 44,4% de mujeres eran analfabetas en España.


Cuando se instaura la II República, en abril de 1931, la corriente de pensamiento democrático que en ella participará llevó a una revisión de las leyes discriminatorias y a la concesión del sufragio femenino, siendo el proceso bastante complejo y paradójico. Era opinión general, tanto en los partidos de izquierda como de derecha, que la mayoría de las mujeres, fuertemente influenciadas por la Iglesia católica, eran profundamente conservadoras, por lo que su participación electoral devendría inevitablemente en un fortalecimiento de las fuerzas de derecha. Este planteamiento llevó a que importantes feministas como la socialista Margarita Nelken (1898-1968) y la radical-socialista Victoria Kent (1897-1987), que habían sido elegidas diputadas a las Cortes Constituyentes de 1931, rechazaran la concesión del sufragio femenino. Clara Campoamor (1888-1972), también diputada y miembro del Partido Radical, asumió una apasionada defensa del derecho de sufragio femenino. Argumentó en las Cortes constituyentes que los derechos del individuo exigían un tratamiento legal igualitario para hombres y mujeres y que, por ello, los principios democráticos debían garantizar la redacción de una Constitución republicana basada en la igualdad y en la eliminación de cualquier discriminación por razón de sexo. Al final triunfaron las tesis sufragistas por 161 votos a favor y 121 en contra. En los votos favorables se mezclaron diputados de todos los orígenes, movidos por muy distintos objetivos. Votaron «sí» los socialistas, con alguna excepción, por coherencia con sus planteamientos ideológicos, algunos pequeños grupos republicanos, y los partidos de derecha. Estos últimos no lo hicieron por convencimiento ideológico, sino llevados por la idea, que se demostró errónea, de que el voto femenino sería masivamente conservador.



La Constitución republicana no sólo concedió el sufragio a las mujeres sino que todo lo relacionado con la familia fue legislado desde una perspectiva de libertad e igualdad: matrimonio basado en la igualdad de los cónyuges, derecho al divorcio, obligaciones de los padres con los hijos... y la ley del divorcio (1932), que supuso otro hito. El régimen republicano estaba poniendo a España en el terreno legal a la altura de los países más evolucionados en lo referente a la igualdad entre los hombres y las mujeres. Tanto desde las filas socialistas como desde las conservadoras, aunque siempre con matices y diferentes grados de entusiasmo, se oyen voces partidarias de un nuevo tipo de mujer, que viste y se comporta de acuerdo con las pautas vigentes en otros países europeos. En un país con un patriarcado tan arraigado, era, sin duda, demasiada audacia, pero el sentimiento general era el de vivir una nueva época.


La campaña electoral de 1933 fue utilizada tanto por la derecha como por la izquierda en un claro intento de manipular a las mujeres. Los lemas: «Que no pese sobre la mujer la derrota de la derecha» o «Madres, que vuestros hijos no piensen que su falta de libertad se debe a que sus madres no consiguieron liberarlos» eran un claro chantaje hacia las mujeres de uno u otro bandos. Feministas y republicanas se negaron a dar consignas de voto: el derecho al sufragio era una victoria, y se interesaron por la política interior con tareas a largo plazo tales como salud, enseñanza o la paz internacional. A estas mujeres se deben las primeras denuncias contra el nazismo y los campos de concentración. El Komintern, ese mismo año, reorganiza el Partido Comunista de España, con Pepe Díaz a la cabeza, y aparece arrolladora Dolores Ibárruri participando con las comunistas españolas, en agosto en París, en el Congreso Antifascista y organizando en septiembre las primeras manifestaciones en España.


Los acontecimientos del verano de 1934, con las mujeres de Andalucía y Euskadi organizando manifestaciones y motines por la apropiación del pan, dentro de la terrible crisis, culmina con la huelga general de octubre, que fracasó en casi todo el país, pero que en Asturias desarrolló una revolución, en la que las mujeres participaron en la lucha integrando comités y empuñando las armas. La actitud ante esta revolución de las mujeres de tendencias de izquierdas fue inequívoca: denunciaron la represión y las mentiras de la versión oficial, tanto desde fuera de España en el exilio (Margarita Nelken), como desde dentro, donde Victoria Kent, Clara Campoamor, Dolores Ibárruri, y muchas otras, organizaron Pro Infancia Obrera para salvar de la muerte a los niños asturianos. También se observa entre las oficialistas actitudes incomprensibles en el feminismo, como la de pedir la pena de muerte para los revolucionarios.


Los partidos de izquierdas se unieron como una piña ante la represión de Asturias firmando el programa del Frente Popular. En 1936, en su propaganda electoral, la desgracia de las mujeres asturianas se convirtió en un símbolo y los discursos de Pasionaria tejían la cadena de las revoluciones marxistas, desde la Comuna de París hasta Asturias en Octubre de 1934.


La guerra civil española no paralizó los progresos culturales y legislativos, se legalizaron las uniones libres, las mujeres se incorporaron a la industria de la guerra y la ministra de Salud, Federica Montseny, en 1936, consigue que se legalice el aborto, reparando un inaceptable olvido. La historia de las milicianas es también digna de mención, muchas muertas en combate. Los partidos y sindicatos debatieron de forma desgarradora si las mujeres debían estar en la vanguardia o en la retaguardia. En el verano de 1936 las mujeres participaron en las milicias igual que los hombres, pero ya en otoño fueron enviadas a retaguardia. La Unión de Muchachas defendió Madrid durante los tres años de sitio, luchando también por la emancipación de las mujeres; Mujeres Libres, anarquistas, organizaron la retaguardia en Cataluña; y la Asociación de Mujeres Antifascistas (AMA), bajo la dirección de Pasionaria, organizó a las mujeres en las fábricas, siendo denominador común de todas que lo público y lo privado era indisociable.


La República, en tan corto período, supuso, sin duda, un avance espectacular para la mujer, al menos en el plano legal. Se vivió en tiempo récord bajo una legislación avanzadísima, algunas mujeres, como las asturianas, vivieron una revolución, y casi todas la guerra, las menos la guerrilla. Las que sobrevivieron y no pudieron o quisieron huir, la represión franquista. Pocos años de régimen republicano, grandes avances: ésta es la historia, no la olvidemos. Todos los regímenes «democráticos» no son iguales. A las pruebas nos remitimos.












El exilio Republicano Español de 1939 desde la perspectiva de las mujeres

Lunes 1ro de mayo de 2006, por Alicia Alted Vigil






Artículo cedido expresamente por la autora para Ciudad de Mujeres



Para María Luisa Elío, que tan hondamente ha sentido y transmitido el significado de un exilio y, sobre todo, del exilio vivido por la mujer. Por esa bella película que es "En el balcón vacío"


Introducción


A lo largo de la II República la mujer alcanzó cotas de presencia en la vida social y política del país desconocidas hasta entonces. La guerra civil enfrentó a los españoles en una lucha de ideas y entre clases en donde cada bando contendiente tenía su visión de la realidad con una multiplicidad de ramificaciones en la zona republicana, mucho más monolítico en la zona franquista. Esa división alcanzó también a la mujer que se convirtió no sólo en punta de lanza de los discursos oficiales de los dirigentes de ambas zonas, sino también en el elemento clave que iba a sustituir, como ya había ocurrido durante la Primera Guerra Mundial, al hombre llamado a filas en las faenas agrícolas e industriales. Hacia falta que los campos rindiesen más, la industria bélica reclamaba un incremento continuo en la producción de armamento y de municiones, se tenía que coser a marchas forzadas prendas para los combatientes y había que alimentar a una desvalida población de niños, ancianos, mutilados, soldados convalecientes... en la retaguardia.

El carácter de revolución popular que revistió la guerra en la zona republicana en los primeros momentos de la sublevación, hizo que las mujeres, alentadas por un discurso igualitario en su participación en la guerra junto con el hombre, se alistaran en los batallones y cuerpos de milicias que de forma voluntaria se organizaron desde los primeros días. Pronto, sin embargo, un decreto de octubre de 1936 por el que se reorganizaban las Milicias Populares dispuso, entre otras medidas, la retirada de las mujeres de los frentes y su reclusión a tareas auxiliares en el frente (de intendencia y servicios) o a las que tradicionalmente había desarrollado en situación de paz, en retaguardia. Muchas mujeres no aceptaron esta retirada y continuaron luchando, pese a tenerlo prohibido, durante algunos meses más. Como siempre había ocurrido, afrontaron los mismos riesgos y peligros que los hombres, pero siempre tuvieron que demostrar que eran doblemente heroicas y abnegadas, porque heroica a secas no bastaba. Nombres como los de Lina Odena. Aida Lafuente, Juanita Rico, Manolita del Arco o Rosita la Dinamitera, por poner algunos ejemplos, perduran en la memoria histórica (de las mujeres) aunque no aparezcan en los libros que se escriben sobre la guerra civil [1].

En la retaguardia las mujeres se dedicaron a tareas de cuidado de enfermos, niños, ancianos, intendencia, labor educativa en las escuelas. También fueron reclamadas para “servicios especiales de información (espionaje, transporte de armas, enlaces). Junto a esto, la mayoría de ellas, convertidas en cabezas de familia por la movilización de padres, hermanos, esposos, tuvieron que ingeniárselas para sacar adelante a la familia a su cargo trabajando en lo que podían y teniendo que recurrir en muchas ocasiones a la prostitución para sobrevivir. Además, en la zona republicana, el avance de las tropas franquistas y las sucesivas caídas de los frentes llevó a las mujeres a desplazamientos de unos lugares a otros, cargadas con las escasas pertenencias que podían llevar a cuestas y con los hijos. Recogidas en refugios, iban a participar en las tareas de evacuación y desarrollaron una labor positiva en las colonias escolares que se crearon, sobre todo en Levante y Cataluña, para alejar a los niños de los escenarios de la guerra. También fueron en su mayor parte mujeres quienes acompañaron a los niños en las expediciones colectivas que se organizaron durante la guerra a varios países europeos (Rusia, Suiza, Bélgica, Francia e Inglaterra).

Muchas mujeres se habían incorporado a la lucha política y sindical en los años de la República. Ahora siguieron participando en mítines y otros actos de propaganda en pro de la causa republicana. Uno de los grupos más activos fue el de Mujeres Libres creado en abril de 1936. Este grupo y la revista del mismo nombre había sido fundado por Lucia Sánchez Saornil, Mercedes Comaposada y Amparo Poch Gascón. Vinculado al Movimiento Libertario (ML), tenía como principales objetivos la liberación de la mujer y su integración plena en todos los campos de la actividad económica, social y política, lo que incluía su participación no sólo como militante de base en la sindical obrera Confederación Nacional del Trabajo (CNT), sino también en los diversos organismos de dirección de la misma. Dadas las diferentes concepciones que sobre la función de la mujer existían dentro del ML, las reivindicaciones de Mujeres Libres y su postura ante la cuestión femenina fue criticada en el seno de la CNT y faltó apoyo para que algunos de sus propósitos pudieran lograrse. No obstante su labor durante la guerra en la retaguardia fue enormemente positiva y el espíritu que las animaba acompañó a la mayor parte de ellas en el exilio [2].

La militancia de la mujer en la guerra llevó a muchas a la cárcel, otras fueron fusiladas. A esto hay que unir la dura represión a la que fueron sometidas en los primeros años de la posguerra muchas de las que se quedaron y las que tuvieron que partir hacia el exilio, que son ahora nuestras protagonistas.

La historiografía sobre el exilio de las mujeres

Si repasamos la extensa bibliografía sobre el exilio republicano español de 1939 apreciamos que el hombre es el eje central de los acontecimientos históricamente significativos, tanto en los libros en los que predominan las cuestiones políticas como en aquellos con una proyección social y cultural. Esto se ve muy claro en lo que se refiere a la participación de los republicanos españoles exiliados en Francia en la Segunda Guerra Mundial y, más en concreto, a la historiografía sobre la Resistencia. Y, sin embargo, cuando rastreamos las fuentes para intentar reconstruir todo ese mundo complejo y clandestino de la lucha contra los alemanes en la Francia ocupada y de la deportación a los campos de exterminio nazis, no hacemos más que toparnos con nombres de mujeres anónimas que no aparecen en ningún monumento ni lápida conmemorativa. Remito en primera instancia al estremecedor libro de Neus Català, De la resistencia y la deportación. 50 testimonios de mujeres españolas [3]. Los testimonios orales que recoge, junto con la fuerte carga emotiva de las fotografías, nos dan una idea diferente y a la vez complementaria de lo contenido en otros libros que abordan estos temas escritos por protagonistas (hombres) de los hechos o por historiadores que hacen uso de la fuente oral. Un reciente artículo de María Fernanda Mancebo sobre “Las mujeres españolas en la Resistencia francesa [4] nos aporta valiosa información complementaria sobre un tema todavía muy poco conocido en lo que se refiere a las mujeres.

En dos libros de los últimos años podemos calibrar la importancia de la fuente oral (es evidente que junto con otras fuentes) para la reconstrucción del entramado del exilio y, sobre todo, del papel jugado por la mujer en el mismo. Uno es el de Ingrid Strobl, La mujer en la resistencia armada contra el fascismo y la ocupación alemana, 1936-1946 [5], interesante porque no sólo vemos a la mujer participando en la Resistencia como enlace, distribuyendo octavillas..., sino que la contemplamos luchando con las armas como guerrillera. Los problemas que la autora ha tenido para reconstruir esta historia de mujeres anónimas que arrastraban el triple estigma de ser comunistas, mujeres y judías, los relata en el prefacio que abre el libro. El segundo, al que volveremos más adelante, es el de Pilar Domínguez Prats, Voces del exilio. Mujeres españolas en México, 1939-1950 [6]. Recientemente Shirley Mangini ha publicado un libro sobre Recuerdos de la Resistencia. La voz de las mujeres de la guerra civil española [7], en donde trata de reconstruir la percepción que las protagonistas tuvieron de los acontecimientos que vivieron. Un capítulo final lo dedica a las exiliadas. Su mundo de representación lo revive a través de una serie de textos memorialísticos escritos por algunas de ellas. A colación de lo que estamos escribiendo, es curioso constatar como aquellos libros en los que la mujer aparece con una relevancia inusual o como protagonista de acontecimientos históricos, están escritos por mujeres. Lo mismo ocurre con los libros de testimonios en los que la fuente principal es la fuente oral. Un libro ampliamente utilizado por quienes trabajamos en estos temas es el de Antonio Soriano, Éxodos. Historia oral del exilio republicano español en Francia, 1939-1945 [8]. De los diecisiete testimonios que recoge, uno sólo es de una mujer, el de la modista Rosa Laviña.

Francia y México fueron los dos países fundamentales de acogida de los republicanos españoles de 1939. Aunque hay una notable diferencia en cuanto al volumen de refugiados asentados en uno u otro país, las características del exilio mexicano ha propiciado una más extensa bibliografía que se refleja también en lo que concierne a las mujeres. No hay, por ejemplo, para Francia o para la Unión Soviética un libro similar al de Pilar Domínguez. Si en cambio podemos rastrear el itinerario que se vieron obligadas a seguir una serie de republicanas españolas por Europa hasta la llegada y asentamiento de la mayor parte en México a través de sus propios testimonios escritos y recogidos en el libro colectivo: Nuevas raíces. Testimonios de mujeres españolas en el exilio [9].

Un intento de visión interrelacionada de las categorías de género (hombre/mujer) y de espacio (privado/público) la tenemos en el proyecto de elaboración de un Archivo de historia oral sobre Refugiados españoles en México (Guerra civil y exilio), iniciado en 1977, por una serie de investigadoras (hijas de refugiados o vinculadas a este colectivo): Concepción Ruiz Funes, Enriqueta Tuñón, Elena Aub, María Luisa Capella... y coordinado por Dolores Plá. Componen el Archivo ciento veinte entrevistas (setecientas horas de grabación y unas veinticinco mil páginas de transcripciones mecanografiadas) de las que ochenta y cuatro son a hombres y treinta y tres a mujeres. Sobre la base de este material se han publicado una serie de estudios. Uno de los más recientes es el de María Luisa Capella: Identidad y arraigo de los exiliados españoles (Un ejemplo: Mujeres valencianas exiliadas) recogido en el libro El exilio valenciano en América. Obra y memoria [10]. Hablando con Concepción Ruiz Funes en México, en noviembre de 1996, me aludía a un trabajo que había escrito y que estaba en prensa en el que, utilizando también como fuente básica estas entrevistas, analiza lo que significó para las exiliadas españolas el descubrimiento de la cocina mexicana y la manera como la habían ido incorporando a la forma de cocinar que traían de España que, a pesar de todo, se preservó aunque las fabes no fueran como las asturianas, el aceite como el de Jaen o el arroz y los garbanzos como los de Valencia y Murcia.

Hacia y en el exilio

El éxodo de finales de enero y principios de febrero de 1939 condujo al Departamento francés de Pirineos Orientales a un contingente de población que se sitúa en torno a las 465.000 personas. Su procedencia geográfica era muy diversa con un predominio de catalanes y aragoneses, también se daba una diferenciación social, profesional y en cuanto a la adscripción política. Era todo un colectivo el que se veía obligado a exiliarse, pues, junto a los restos de un ejército en derrota, a los dirigentes políticos, a los cuadros de la administración republicana; iban mujeres, niños, ancianos... No hay datos exactos sobre el volumen de mujeres y niños que formaban parte de este éxodo. Javier Rubio [11] estima que de esa cifra mencionada, unas 170.000 eran población civil. Se conservan numerosos testimonios orales, escritos, iconográficos, sobre la forma precipitada como huyeron y pasaron la frontera. Más adelante recogemos uno significativo y extrapolable a la masa anónima de mujeres que pasaron la frontera. Nada más pasar a Francia, los españoles eran agrupados en campos de selección. Se producían entonces las separaciones familiares. La mayoría de las mujeres y niños eran conducidos en camiones o trenes hacia distintos pueblos del interior de Francia donde eran alojados en improvisados refugios. Una parte acabaron en los campos de la arena. Muchas, desesperadas por las condiciones en las que se encontraban, claudicaron ante las presiones que ejercía el gobierno francés para que retornaran a España. En unos casos estos retornos fueron voluntarios, pero en otros, mujeres y niños fueron llevados sin su conocimiento en trenes a la frontera y allí entregados a las autoridades españolas. “En Le Mans, recuerda Rosa Laviña, nos pusieron en el tren sin decirnos adónde nos llevaban. Menos mal que entre nosotras había mujeres más curtidas, de cierta edad, y en las estaciones observaban el itinerario, dándose cuenta de que nos llevaban hacia la frontera española. Como entonces ya se sabía el caso de refugiados vascos que se los habían llevado a España sin decirles nada, empezó a armarse un follón de órdago (...). Efectivamente, nos paramos en Perpiñán, y allí nos informaron de que las que quisieran ir a España, las llevarían a España; y las que no, se quedarían aquí, pero en un campo de concentración. Así ocurrió [12].

Junto a este deseo de fomentar el retorno a España, el gobierno francés trató de alentar la reemigración a terceros países. En los primeros momentos del éxodo, los republicanos españoles resultaban unos elementos gravosos y molestos. Más tarde se vería su utilidad, sobre todo en el caso de los hombres. En esta reemigración, el país que acogió un mayor volumen de refugiados fue Francia, unos 22.000 entre 1936 y 1948. Según se recoge en el libro mencionado de Pilar Domínguez, resulta difícil cuantificar, en el conjunto de esa cifra, el número de mujeres y niños. En su investigación trata de reconstruir la vida de las mujeres españolas exiliadas en México, sobre la base de las concepciones que se han impuesto en los últimos años en el ámbito de la historiografía femenina en torno a la categoría de género. El punto de partida fue la selección de una muestra significativa de 48 mujeres y 5 hombres a los que entrevistó en profundidad. Con objeto de completar esta muestra, Pilar Domínguez consultó las transcripciones de esas entrevistas que forman parte del Proyecto de Archivo de la Palabra al que hemos aludido, así como una muestra de 1.500 expedientes del conjunto de 7.920 expedientes del Archivo de la Junta de Auxilio a los Republicanos Españoles (JARE). De la consulta de esos expedientes se desprende que el número de mujeres adultas incluidos en los mismos es de 6.330. A esta cifra hay que añadir la de los datos referidos a las ayudas concedidas por el Servicio de Evacuación de los Republicanos Españoles (SERE), con lo que se llega a una cifra aproximada de 8.000 mujeres como integrantes del colectivo de republicanos españoles en México.

En cuanto a las características sociodemográficas y profesionales, el grupo de edad más numeroso era el comprendido entre los 25 y los 40 años, con un predominio de las mujeres casadas. Procedían en su mayoría de Cataluña, Castilla la Nueva y Andalucía Un gran porcentaje, sobre todo de mujeres casadas, se dedicaban a sus labores y poseían una baja cualificación, sólo estudios primarios, a veces sin terminar. Las que trabajaban, se concentraban en el sector industrial (industria textil) y en el sector servicios en el que destacaba una minoría cualificada de maestras, intelectuales y profesionales. Aunque es una investigación que está pendiente, pienso que estas características que configuran el grueso del colectivo de mujeres exiliadas en México también se puede extrapolar al caso francés, aunque con determinadas matizaciones y diferencias significativas de acuerdo con el distinto contexto histórico de ambos exilios. Como también señalamos, en los años de la Segunda Guerra Mundial, las españolas que estaban en Francia tuvieron que ingeniárselas como pudieron para sobrevivir. Junto a la población francesa, sufrieron las consecuencias de la débâcle. Ya mediante una carta de 11 de septiembre de 1939 dirigida desde el Ministerio del Interior francés a los Prefectos, se indicaba que en los albergues se diera prioridad a la población francesa evacuada frente a otros extranjeros, entre los que estaban los republicanos españoles. Una Orden de abril de 1940 decretaba el cierre definitivo de todos los albergues. La disyuntiva para las mujeres y niños que se encontraban en los mismos eran el retorno, la reemigración a un tercer país o la supervivencia clandestina. Una parte de las mujeres fueron internadas en campos represivos por su militancia política, por estar indocumentadas o por su rebeldía. Fueron, de otro lado, activas colaboradoras en la Resistencia. No participaron en actos heroicos, no fueron condecoradas, pero hicieron posible que sus compañeros los llevaran a cabo.

Recuerda Bárbara (Libertad) Rocafull: Cuando yo fui la última vez a la cárcel a ver a mi marido habían caído nueve camaradas, los nueve pasaron por la cárcel. [Cuando fui a la cárcel] llevaba a mi niña porque entre las trenzas del pelo le metía cosas para su padre y su padre, cuando iba, la abrazaba, la besaba, le soltaba el pelo y cogía... (...). [Y buscando a mi marido] me voy al ‘bureau’ de los alemanes. Me habían encargado los guerrilleros que pasara por el café de la Gare (de Toulouse) que tenía una maleta a recoger. Yo era un enlace entonces [1943]. Pasé por el café de la Gare, me dieron una maleta y con mi maletita ¡eh! fui a la estación, al ‘bureau’ de los alemanes (...). Y pregunté por mi marido (...). Me dicen: ‘su marido no sabemos donde está señora, márchese usted tranquila que si algo sabemos le comunicaremos’. Me bajé, cogí mi maleta, cogí el tren y me fui al Ariège, con mi maleta, escasamente hablaba mi niña entonces. Llego al tren, puse mi maleta, vienen los gendarmes, los alemanes, a mirar a la gente, a pedir la documentación. Yo iba sin documentación, pero llevaba un papel de la alcaldía que me habían recogido la documentación. Vienen y [mi niña dice]: ‘esta es la maleta de mamá’. Y ellos dicen: ‘pues puesto que es la maleta de mamá nosotros no la vamos a tocar. ¡Ay!. Yo no sé como me pude resistir. Los alemanes miraron todas las maletas menos esa y bajé con la maleta y había metralletas desarmadas en la maleta [13]

Terminada la guerra, las exiliadas que se quedaron en Francia o en otros países de Europa y América, tuvieron que adaptarse necesariamente al país de acogida, volviendo otra vez a su mundo privado y cotidiano, a ese tejer la vida de los demás a base de destejer la suya propia (destino común de las mujeres). Fueron ellas quienes trataron de recomponer en modestos hogares, alquilados en su mayoría, en pensiones o en pisos compartidos; el mundo que habían perdido. Ellas preservaron la lengua, la cocina, las costumbres de su país y a su vez, de forma natural y callada, incorporaron los hábitos del país de acogida. Fueron pieza clave en el proceso de integración de los hijos, a la vez que hacían más llevadero el sentimiento permanente de provisionalidad, el obligado exilio sin fin de los hombres. No solían participar en las discusiones políticas de los hombres. Escuchaban y asentían. El marido tenía su tertulia en el café, ellas se reunían en las casas y aquí hablaban de los hijos, de lo cara que estaba la vida... Eran protagonistas activas en los actos culturales colectivos y en las excursiones domingueras (jiras). En suma, siempre presentes, pero invisibles en su rico y poco conocido mundo privado [14].

Teresa Gracia, una niña en los campos de concentración en Francia

Teresa Gracia es escritora y también de los pocos niños de la guerra civil española que ha vivido y después hablado sobre su experiencia en los campos de concentración franceses de Argelès-sur-mer y de Saint Cyprien. Fue a estos campos con su madre, buscando a su padre. En julio de 1995 la entrevisté en su casa de Madrid, una casa del siglo XIX, en pleno centro, junto a la calle Huertas; en el cuarto piso al que se accede por una empinada escalera, en una zona abuhardillada que se corresponde con el tejado de la vivienda. Allí, en una pequeña habitación de techo inclinado y con una abertura a modo de lucernario por donde penetra la luz, plasma sus recuerdos en el papel utilizando todavía una máquina de escribir de los años cuarenta. Escribe poesía. Tiene un hermoso libro, Destierro, con prólogo de María Zambrano [15] y obras de teatro. La que aquí nos interesa mencionar es Las Republicanas, escenificación dramática de sus recuerdos que, a la vez, quieren ser los recuerdos de todos los niños que se vieron abocados a su misma experiencia. Las Republicanas, tal y como escribe Teresa en el pórtico de la obra es una Tragedia, tratase del último suspiro, convertido en palabra, de quien está fuera de su elemento. Debido a la magnitud del texto, se han necesitado gran cantidad de peces cuyos nombres no podemos dar aquí; pero sépase que cada una de nuestras heroínas recuerda la gloria de, por lo menos, un banco de sardinas [16].

Lo que recojo aquí no es una trascripción literal de la entrevista en el sentido estricto del término [17]. Si que he respetado fielmente el contenido de la misma, pero he procurado impregnar el diálogo mantenido entre las dos de la cadencia poética y de la sensibilidad estética que aflora en el habla de Teresa. El tono de su voz, la manera como se expresa, los silencios, las metáforas, las frases que convierte en hermosos versos capaces de iluminar hasta lo más doloroso del alma...; todo esto lo he intentado transmitir a través de una narración que arropa los recuerdos de la protagonista. Para entender mejor el cómo y el porqué de su presencia en los campos me remonto al día en que nació, el 22 o el 23 de enero (sus padres nunca se pusieron de acuerdo sobre este extremo).

Nació en Barcelona, en 1932. Su padre, capitán de artillería, era aragonés. Su madre de Burgos. Fue hija única y silenciosa. Pasó unos meses, ya niña, en un internado de monjas teresianas y después su padre la mandó a un internado donde estaban hijos de anarquistas. Sus recuerdos de la guerra: los bombardeos. Su abuela paterna la enseñó a leer y a escribir, con lo que salió de España, gracias a su abuela y a Dios, sabiendo leer y escribir. Un buen soporte. Salió de Barcelona el 23 de enero de 1939, con su madre, una tía y un primo. Me dice, interrumpiendo el relato, ve preguntándome, los recuerdos se me presentan todos a la vez, como si quisieran tener su ración de presente. Recuerdo el entierro de Durruti, la cantidad de gente.

Durante la guerra, en la escuela, la maestra decía a los niños que se pusieran debajo de las mesas. Evidentemente si caía una bomba no tenían nada que hacer, pero las mesas les podían proteger de la metralla y de los cristales rotos. Ya de mayor, en Roma, se compró una mesa porque le recordaba a las de la escuela. Todavía la conserva. Recuerda también el sentimiento de culpabilidad ante los camiones de muertos. Eran conscientes de lo que pasaba. Los niños entonces éramos muy serios. No se acuerda, en cambio, del lugar de donde salieron, pero si que estaban en lo alto de una loma, su madre, ella, su tía y su primo. Su tía estaba llorando por la colcha que dejaba. Y desde allí se veía el incendio de Barcelona, desapareciendo...

Cuando salieron de Barcelona un camión les llevó cree que a Besalú y a partir de aquí a pie, hasta la frontera. Teresa llevaba alpargatas y se la llenaron de barro. Llegó a la frontera con barro español, ¡qué algo es algo!. Llegó con frío, llovía y había charcos de agua de los que bebían, o al menos ella recuerda haber bebido de un charco. Por una casualidad pasaron la frontera detrás de Federico Urales, tenía el pelo blanco. Muchas mujeres iban con su ajuar. Mi madre durante veinte años estuvo hablando de sus sábanas y preguntándose que habría sido de ellas. En los borde de los caminos, hacia la frontera, había montones de maletas abiertas con ropa abandonada. Se abrían las maletas para sacar algún recuerdo y se dejaban por el camino porque no se podía con el peso. Entonces, las mujeres echaban una última mirada de cariño a su ropa bordada y seguían para arriba.

Pasamos la frontera a pie. Habíamos estado andando dos días. Mamá tenía un bote de leche condensada para cuatro personas. De ahí la sed y la necesidad de beber en los charcos. Hacia la frontera se iba tristemente, aunque con cierto valor. No me di realmente cuenta de la situación hasta que llegué a la frontera y vi a los franceses. Allí tuve una crisis de histeria y de llanto y dije que me volvía para atrás, yo sola. Fue el momento del paso de la frontera, cuando vi que los gendarmes hablaban una lengua endiablada, que estaban de muy mal humor, que nos separaban con el allez!, allez!. Yo entonces dije que me volvía y lástima de no haberlo hecho. Los franceses corrían más que yo.

A algunas mujeres y niños nos metieron en trenes y nos iban parando en pueblos en los que nos bajaban por grupos. Llegamos a un pueblo. Mi tía iba llorando porque desde el asunto de la colcha no había dejado de llorar. Eso me inspiró varios parlamentos. Nos bajaron en un pueblo, creo que del Macizo Central, que se llamaba Saint Simón y nos llevaron a un albergue. Entre las mujeres había una sordo-muda de ojos azules. Se decía que era hija de un marqués, casada con un socialista que se la había llevado al exilio. Su desesperación era que los niños no supiesen leer ni escribir, así que entre las dos les enseñábamos. Ella dibujaba las letras y yo las decía en voz alta.

En el albergue dormíamos los cuatro en una habitación. A los niños nos llevaban a una escuela del pueblo, pero el maestro, desesperado de que no le entendiéramos, se ponía a tocar el violín. Los niños españoles estábamos solos en un aula. Los niños en España llevábamos batas blancas, en Francia llevaban batas negras con un tipo de calzado que les daba un aire muy triste. Tomábamos mucha leche y patatas, que era lo que producía el pueblo y nos daban algo de ropa. Las mujeres estaban preocupadas por sus maridos y compañeros. Se ocupaban de la cocina, limpiaban, lavaban la ropa... Hablaban muy poco de lo de España y menos delante de los niños. Las mujeres de aquí eran anarquistas y en cuanto a su procedencia, en su mayoría catalanas, andaluzas y aragonesas. Lo que peor recuerdo es la cuestión del tiempo.

En diciembre de 1939 entramos voluntariamente en el campo. Antes nos habían llevado a otra ciudad, Aurillac, y estábamos en hoteles esperando. Mi madre aquí se enteró, no sé como, de que mi padre estaba en Argelès (mi tío José se encontraba en la línea Maginot). Y muy democráticamente me dijo: ¡fíjate!, vamos a votar si entramos o no voluntariamente en los campos. Yo le dije que si y me alegré porque así compartimos la suerte de muchos de nuestros compañeros. Entonces nos escapamos porque donde estábamos era una residencia vigilada y nos fuimos, mi madre y yo, de tren en tren, con prohibición absoluta de hablar, hasta llegar a Perpignan y desde aquí, a pie, a los campos. Yendo creo que al de Saint Cyprien (habla de este campo y del de Argelès indistintamente), vimos a los bordes del camino, me pareció, miles de crucecitas. Cuando estábamos llegando al campo mi madre apretó el paso. En la puerta tuvimos que esperar porque, si era difícil salir de aquel lugar, también era difícil aceptar por parte de ellos un rasgo de moral en nosotros. Teníamos que ser salvajes, bestias, asesinos...

Estuvimos muchas horas sin que aceptasen nuestra entrada hasta que, por fin, nos metieron a empujones en una barraca donde había arena negra y mojada. Recuerdo que era el 25 de diciembre porque mamá lo decía constantemente. Hoy es el día de Navidad, recuérdalo... Y yo lo recordé, claro. Y una mujer que estaba allí se levantó y nos dio una manta. Y así empezó la solidaridad. Estábamos en un campo de mujeres y niños, podíamos ser miles, guardo el recuerdo de multitud. Las alambradas entraban en el mar para impedir las fugas, más de dos metros, hasta donde ya no se hacia pie. No recuerda que nadie se bañara en aquel mar. Lo cargaron de unas intenciones enemigas que seguramente no tenía, pero... No había nadie tomando el sol, ni bañándose. Los retretes eran pequeñas casetas y por un tubo salían los excrementos hacia el mar. Luego bebíamos de ese agua y venían las diarreas, sobre todo en los niños. No había ningún cuidado médico. Había una mujer enferma de diabetes que no le daban nada, pero ella tenía un tesoro: unas tijeras con las que abría a los niños las llagas de la sarna. La sarna empieza con unos granitos exteriores y luego los ácaros se meten por debajo de la piel y forman ampollas y esas ampollas las abría con las tijeras y vaciaba todo el líquido y luego lo limpiaba con agua del mar. Y esa fue la cura que tuve durante un año.

Cuando llegamos al campo ya había unas barracas. Nos dieron un plato de aluminio. Uno de los trabajos a los que nos dedicábamos los niños en verano era a barrer la arena, a rastrillar, decíamos nosotros. Cada barraca tenía dos puertas, después nos hicieron con madera y entarimados el pasillo central, los pequeños habitáculos y luego conseguimos dormir sobre algo. Al principio dormíamos en el suelo, todos juntos. Su madre tiene todavía la manta que le dio una mujer andaluza. Los franceses no nos dieron nada. Los niños jugábamos en el campo, ¡ya me dirás a qué con el mal humor que teníamos!. Los juegos útiles consistían en amontonar la arena contra las barracas para impedir que entrara el viento. Niños y niñas mezclados y de todas las barracas. Jugábamos al juego del clavo y de la navaja.

Tiene un vago recuerdo de la celebración de las misas los domingos. En la explanada los hombres y las mujeres estaban separados por una barrera de gendarmes, pero la presión de unos y otras la rompía y allí se mezclaban todos, se saludaban, se intercambiaban noticias y, mientras, el sacerdote diciendo misa lo mejor que podía. Tiene la impresión de que cada vez se decían dos o tres misas seguidas porque aquello duraba mucho, pero el sacerdote era una buena persona. Curiosamente entre aquella masa no todos se declaraban ateos y sentían cierta simpatía hacia el cura.

Mi padre se enfadó un poco cuando supo que estábamos allí. Él sabía lo que eran los campos de la playa, nosotras no. La primera vez que le vimos llevaba el mismo uniforme color caqui que la última, antes de separarnos. Estaba en los campos desde el principio. Se había quedado en Barcelona hasta la madrugada del 25 de enero. Tenía 39 años cuando pasó la frontera.

Entre las mujeres no había ningún tipo de organización cultural, de ninguna clase. Yo supongo que los hombres harían algo porque eran más activos, pero las mujeres estaban entregadas a una suerte de desgracia, de tragedia antigua. Se lamentaban, no podían hacer nada con las manos porque no tenían nada. Había una barraca donde iban varias mujeres, entre ellas mi madre, y cocinaban unos guisantes horadados por gusanos que nos daban los franceses. Por la mañana nos daban un café negruzco y una rodaja de pan. A mediodía esa sopa de guisantes con agua y otra rodaja de pan y por la noche, lo mismo. Cuando la población de gusanos en las cazuelas era mayor que la de guisantes, las mujeres hacían una huelga de hambre. Se echaba entonces todo a la arena y no comías, un día más no importaba. Los niños estábamos esqueléticos, yo con 9 años pesaba 19 kilos, pero no teníamos hambre, sabíamos lo que pasaba. Yo era una niña violenta que lanzaba miradas de odio a los gendarmes, a los senegaleses, una andaluza nos dijo que no mirásemos a las alambradas, que mirásemos al mar.

Las mujeres con la regla menstrual trataban de lavar los paños en un chorrito de agua, tenían muy pocos. No se acuerda bien, porque era niña y no nos hablaban de ello, no lo decían. Entonces las mujeres se apartaban porque lo consideraban como una enfermedad vergonzosa. Yo como niña no fui consciente de esto, no me di cuenta, pero lo debieron pasar muy mal. En Argelès estuvo un año, primero fueron a Saint Cyprien y de aquí a Argelès. Entraron en los campos en la Navidad de 1939 y salieron en diciembre de 1940 o enero de 1941 (no recuerda). Su padre conoció a una señora que tenía a su marido en el frente y esta señora les reclamó. Los tres fueron a Toulouse.

Proyecto Clío.

Notas

[1] En el conjunto de la inmensa bibliografía sobre la guerra civil española hay escasos trabajos dedicados a estas y otras mujeres que participaron de forma activa en la lucha, en el frente y en la retaguardia, y casi todos los que podemos mencionar están escritos también por mujeres. Destaquemos el libro de Lola ITURBE, La mujer en la lucha social. La guerra civil de España, México, Editores Mexicanos Unidos S.A., 1974, 220 págs. Además: 50 años de lucha, 1939-1989, Homenaje a las mujeres de la guerra civil española, Poder y Libertad, Madrid, núm. 11 (Mujeres del 89, Dossier), pp. 4-71 (Se incluye un artículo de Antonina RODRIGO sobre La mujer: 1939. Represaliada, exiliada, deportada), A. GASCÓN y M. MORENO, Lina Odena, una mujer, s.l., Comissió d’Alliberament de la Dona Lina Ódena PCC, s.a., 64 págs., Antonina RODRIGO, Nuestras mujeres de la guerra civil, Vindicación Feminista, Madrid, núm. 3, 1 de septiembre de 1976, pp. 29-40, y de la misma autora, Rosario Sánchez Mora La Dinamitera, Cuadernos Hispanoamericanos, Madrid, mayo de 1992, pp. 13-26.

[2] El libro básico sobre este grupo es Mujeres Libres1936-1939. Edición de Mary Nash, Barcelona, Tusquets Editor, 1975, 236 págs. Más recientemente, la Mémoire de maîtrise de Haroutiounian SANDRINE, Mujeres Libres, 1936-1939. Organización femenina anarquista, Université Aix-Marseille I, 1984. Con especial referencia a las mujeres anarquistas y al grupo de Mujeres Libres, la Mémoire de maîtrise de Isabelle CUENCA, La mujer en el movimiento libertario de España durante la Segunda República, 1931-1939, Université de Toulouse Le Mirail, s.a. En el exilio y ya tardíamente un grupo de “Mujeres Libres publicaron la revista Mujeres Libres de España en Exilio, como portavoz de la Federación “Mujeres Libres, Londres, núm. 1, noviembre de 1964. Dos de sus principales animadoras fueron Suceso Portales y Pepita Carnicer.

[3] Barcelona, Adgena S.L., 1984, 285 págs. Recientemente se ha publicado una nueva edición del libro.

[4] Espacio, Tiempo y Forma. Revista de la Facultad de Geografía e Historia. UNED, Madrid, Serie V.-Historia Contemporánea, 9, 1996, pp. 239-256.

[5] Barcelona, Virus Editorial, 1996, 364 págs. Incluye un capítulo final a cargo de Dolors MARíN sobre Las libertarias españolas, pp. 345-364

[6] Madrid, Comunidad de Madrid, 1994, 294 págs.

[7] Barcelona, Península, 1997, 258 págs.

[8] Barcelona, Crítica, 1989, pp. 174-179.

[9] México, Editorial Joaquín Mortiz, 1993, 356 págs.

[10] Albert GIRONA y Mª Fernanda MANCEBO (eds.), Instituto de Cultura Juan Gil-Albert/Universitat de València, 1995, pp. 53-67. También sobre las exiliadas valencianas, el trabajo de Mª Fernanda MANCEBO, Las mujeres valencianas exiliadas (1939-1975), en Manuel GARCíA (ed.), Homenaje a Manuela Ballester, València, Institut Valencià de la Dona, 1995, pp. 37-63.

[11] Una última puesta al día de su trabajo pionero: La emigración de la guerra civil, 1936-1939, Madrid, Editorial San Martín, 1977, 3 vols., en La población española en Francia de 1936 a 1946: flujos y permanencias, Josefina CUESTA y Benito BERMEJO (eds.), Emigración y exilio. Españoles en Francia, 1936-1946, Madrid, Eudema, 1996, pp. 32-60.

[12] Entrevista recogida en el libro de Antonio SORIANO, Éxodos, mencionado, p. 176.

[13] Entrevista realizada por Alicia ALTED en Toulouse, el 15 de junio de 1993. Grabada en audio. Duración de dos horas.

[14] Interesante para este tema el trabajo de Gabriela CANO y Verena RADKAU, Lo privado y lo público o La mutación de los espacios (Historia de mujeres, 1920-1940), en Textos y Pre-textos. Once estudios sobre la mujer, México, El Colegio de México, 1991, pp. 417-461. Una reciente puesta al día en relación con la categoría de género en: Guadalupe GÓMEZ-FERRER MORANT (ed.), Las relaciones de género, Madrid, Marcial Pons, 1995, 200 págs.

[15] Valencia, Pre-textos/Poesía, 1982, 37 págs.

[16] Valencia, Pre-textos, 1984, 54 págs.

[17] Grabada en audio. Duración de dos horas. Con la autorización de Teresa Gracia para reproducir su testimonio.















 

14 de abril. Aniversario de la II República Española


El 14 de abril de abril de 1931 se proclamó la Segunda República Española. La República fue nada más y nada menos que la constitución de una Estado democrático y republicano que avanzó en numerosas leyes y acciones modernizadoras y progresistas para la sociedad. El 17 de julio de 1936 un levantamiento militar condujo a la Guerra Civil Española que concluyó en 1939 con el triunfo del fascismo y la dictadura de Franco.

Este es nuestro homenaje a las mujeres y hombres que contínuan creyendo en la libertad, en la democracia y en la justicia social, valores fundamentales de aquella República que siguen estando presentes.